3 dic 2009

-60- Nueva entidad para la Enciclopedia de Seres Innombrables


(ilustración Sergio del Río)


Cuando la claridad se interna en la sombra del bosque, se acuesta en su lecho de hojas. No duerme, recorre añosos lugares donde aún es de día, o verano. Despierta y le gusta permanecer junto a los árboles, o escuchar de una roca la continua caída de las gotas. Ve envejecer a la montaña afilando los picos de sus amigos pájaros, y como el silbido del viento esparce su desprotegida piedra. Ahí se detiene, husmea el ambiente, como si nunca hubiera estado allí antes, es posible. Parte de nuevo y le alcanza otro territorio.

No espera continuidad radial, ni aspira a un propósito o brote, eso fueron inventos posteriores. La renuncia no se dilata en su estado, que aunque envidiable, se destaca por una imperecedera costumbre; el trance inexorable. Arrastra bultos y valijas de tamaños coloreados, lo que no impide su avance allá en trenes polares.

A todo esto, no olvidemos a sus voluntariosos perseguidores, que le empujan más y más rápido al abismo atómico. Mediante artilugios y estratagemas pretenden enjaularlo para que la maleza no cubra su rastro. Perder su pista, sólo por un momento, sería desastroso para la estirpe que le venera. Sin entender apenas de él, que su condición (inaferrable) es suficiente para desorientar los fríos acercamientos al sol, la luna, o disputas de dioses por cosechas y ganado.

Una luz que no ciega distancia los olores azules y las cercanías rojas. La batalla se libra con entes sin materia y densidades infinitas, delicada empresa para bípedos postrados en sillas, camas y tendales. Sólo alguno, iluminado sin diferencia, se atreve cada muy poco tiempo, a asomar su nariz tras la última capa del sombrero. Allí traduce a letra y número la visión más aterradora que se imagine, pues parece únicamente el miedo quien les empuja tras la pista de este curioso personaje.
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