15 sept 2010

Ġnejna Bay (liquidación de retales)



El otro día, Pino dirá que exagero, estuvimos a punto de morir. Fue en una cala de roca amarilla, rodeada de acantilados de tierra gris suelta, sin vegetación, una tierra oscura, removida y frágil, casi vertical. Se llama Ġnejna Bay y es la única, en esta isla que agria el carácter, donde uno puede estar casi a solas. El día era perfecto, nadábamos panza arriba, buceábamos entre peces de colores, nos reíamos de un viejo inglés desnudo y de su amigo que llevaba un bañador de mujer a rayas rojas y blancas verticales. Era bastante gracioso verlos ahí, uno en porretas y el otro con ese bañador que se ceñía a su gordo abdomen, tenían ademanes de Lores. Luego intentaban pescar con técnicas inverosímilmente estúpidas, que así les fue.

A la tormenta ya la estábamos viendo venir desde hacía rato. Se acercaba por el noroeste, con una belleza inmensa, rompiendo el azul del cielo mediterráneo y lo transformaba en un azul tremendo, oscuro, con la seguridad de ser hermosa y dejarnos ensimismados esperándola. El que estaba desnudo se vistió a toda prisa y lo mismo hizo su compañero, pero se fueron por caminos diferentes: uno subiendo por la pared de esa tierra aún seca que separaba esa cala de Għajn Tuffieħa Bay y el otro por el sur, por un camino de roca. Cuando los vimos coger sus mochilas ya habíamos sentido en nuestra piel dos gotas, y antes de irse uno nos dijo, con un acento que empezamos a pensar que no era inglés, que nos diéramos prisa en salir de la cala, pues si la tierra se mojaba sería imposible de escalar.



Nos vestimos como pudimos y empezamos nuestra andadura. Pretendíamos subir por el acceso que ya conocíamos, el que ya había tomado el primero de los Lores y que por tener una especie de sendero en zigzag resultaba más fácil de escalar. Pero para llegar al pie había que andar por un camino estrecho de rocas que estaban entre pared de tierra y mar. Malta apenas tiene playas de arena, todas menos dos son de roca, una roca ocre que en cuanto se moja se vuelve pista de patinaje. Sólo dos minutos de ventaja que nos llevaba el lord fueron necesarios para que las rocas se mojasen y se volviese imposible pisarlas, con el riesgo si lo hacíamos de partirnos algún hueso o caer al mar. Iba yo delante por ese estrecho camino de rocas amarillas y le dije a mi amigo que era imposible seguir. Vi por primera vez el nerviosismo de los dos, la gravedad de la situación.

Nos dijimos sin decirlo que el único camino posible era el barranco más empinado de todos, el que estábamos tocando con nuestras manos para no caer al mar. Me las miré y las tenía llenas de barro. Así que empezamos a escalarlo, Pino primero y yo siguiéndolo. A la mitad del camino nos dimos cuenta de que era harto complicado seguir adelante, de que el barro es un elemento que es la mezcla de dos, un elemento muy cabrón que nos iba a hacer la escalada imposible. Yo clavaba mis manos y mis pies en la tierra mojada de esa pared para no venirme abajo. Todo mi cuerpo estaba en tensión, y a cualquier paso mis pies se resbalaban. Me di cuenta de que sería más fácil si apoyaba las rodillas, cosa que creo no había hecho hasta ahora por no llegar a casa con los pantalones manchados; tuve que mirar una sola vez hacia abajo y verme intentar hacer pie inútilmente en el barro para que se me quitase ese pudor estúpido de la cabeza. Así que como un niño iba a gatas, pero en vertical. Ahora, con los pies, las manos y las rodillas resutaba más fácil trepar, pero no mucho más. Si he de decir en qué pensaba no sabría qué decir, pero me empezaba a arrepentir de no haber esperado a que escampase, sentados en la roca con cuidado de no resbalarnos. Si me caía, sabía que sería fatal —con todo ese mar y esas rocas esperándome ahí abajo—, pero la lucha era inconsciente casi. Soportaba todas las posibilidades. Estaba cansado, mojado y hundido en el barro, pero no cejaría.

El último tramo de barro fue el peor, el más resbaladizo, parecía que todo podía ser áun más vertical. Pino, encima de mí se resbalaba y perdía pie, cabía la posibilidad de que se me cayese encima. Con la mano derecha clavada en el barro y la otra agarrándole el pie, ya casi en mi cabeza, intentaba sostenerlo. Pasamos así un par de minutos interminables. Si nos movíamos, nos resbalábamos. Por un momento pensé que tendríamos que esperar en esa posición a que terminara la tormenta, agazapados en una cuesta eterna, con las manos y los pies agarrando a la tierra mojada. Pareciera que no tenía fin. Veía cómo Pino se resbalaba una y otra vez intentando avanzar. Es talmente como escalar una pared de barro, pensé. De repente lo vi: su pudor de niño, como antes el mío, procurar no mancharse, le impedía apoyar las rodillas en el barro. Hijoputa, no tienes las rodillas apoyadas, dije. Lo hizo sin decir mientras seguía resoplando y llegamos al final del primer repecho.

A partir de ahí podíamos seguir por el barro o continuar escalando por una zona de rocas y matorral que se abría a nuestra izquierda, que fue lo que elegimos, todo antes de volver a ese barro del infierno. Las zapatillas con tres centímetros de tabones, subimos monte bajo a través, escalando entre rocas, pequeñas simas y tierra dura hasta que encontramos la verdadera cima de nuestro personal K2.



Cuando coronamos nos sentíamos plenos, habíamos vencido a la colina y a una posible muerte y el mundo aparecía glorioso y escampado ante nosotros. De barro hasta el cuello buscamos un camino seguro para llegar a un acceso con escaleras a Għajn Tuffieħa Bay. Bajamos corriendo y la encontramos desierta. Nadie había, sólo dos tumbonas abandonadas que parecían estar esperándonos.

No tardamos ni cinco segundos en desnudarnos y meternos en el agua, dando al mar el gusto de tenernos pero no de la forma que él quería hacía apenas veinte minutos. El agua estaba calma. Flotábamos panza arriba, buceábamos entre peces de colores, disfrutamos del mar como nunca lo he hecho.



Después salimos a secarnos al sol del atardecer en las tumbonas, fumándonos un gran cigarro, justo premio, hábito restador de salud por la que habíamos salvado, pequeña dosis de veneno por no haberlo probado todo.

Malta, noviembre de 2007.