21 ago 2016

El bolígrafo rojo

Nuestra secretaria, la Comadreja Etílica, nos informa del envío a nuestras oficinas de un paquete sospechoso (sabemos que es sospechoso porque venía con una cartel en el que se leía: "PAQUETE SOSPECHOSO", que si no, no hubiésemos sospechado). Al abrirlo sin miedo, nos hemos encontrado con ejemplares (uno para cada uno) de un libro de Juan José Mediavilla. El propio Juan José Mediavilla, remitente a la sazón del paquete, estaba merendando en ese mismo momento con Luis Pino en las oficinas de la Enciclopedia y puso cara de no saber nada, incluso de sorpresa, al recibir uno de los libros, firmado y dedicado por sí mismo y dirigido a sí mismo. No sabemos qué ponía en su dedicatoria.






¡Ya a la venta en ningún sitio!

15 ago 2016

Del archivo de Rodolfo Millugares





Domingo (fragmento)

¿Recuerdas palabras?
Ya solo son ecos
Disfruta del sol
Llora solo en sueños
Y al igual que hacías
En tiempos pretéritos
Recoge hoy conmigo
La flor del ajenjo

15 may 2016

χείρ ἔργον




El olor a yodoformo, acaroína, desinfectantes varios y acetonas, hacía que pareciese que entrábamos a un hospital de los años cincuenta, sin embargo, las moderneces decorativas, el mobiliario de diseño (de un diseño) de las salas de espera y las consultas, pusieron nuestros pies en la época presente: los llaman centros de salud, ahora. El poeta Juan José Mediavilla, seriamente enfermo, pedía y necesitaba atención profesional debido a un buey que se le había metido en uno de sus ojos (azules como el blues): sufría, y justo hacía poco que le habían dicho que su sufrimiento era la medida de todas las cosas (él, que era poeta, que creía que era el amor la medida. Bobo, le llamé mascullando, pero sé que me oyó).

Decir que durante la espera conocimos a dos personas, a mi parecer, dignas de un artículo en la enciclopedia, pero cuando escruté la cara del profesor Mediavilla, me la encontré medio tapada por una de sus manos, con lo que no supe interpretar el gesto. De todas formas, tomé apuntes, visuales y escritos, y en la próxima junta ordinaria dilucidaremos la cuestión. 



A lo que vamos. Borrachos de éter entramos a la consulta: cinco enfermeras, dos médicos. Una tenía un blog de maquillajes y sombras, la otra el pelo rizado, la siguiente un lunar en la palma de la mano, la cuarta un ojo de cada color, y la última cinco dedos índices en cada mano. No hay recuerdo de sus caras ni, por supuesto, de sus nombres.  Los médicos, colegiados los dos. Vi el terror en los ojos del famoso crítico literario Juan José Mediavilla, se mascaba la comedia. Les intentó decir quién era, lo que merecía y lo que necesitaba, pero en esos casos los profesionales mandan, y de nada vale la vergüenza ni en pudor. Los médicos ordenaron, las cinco procedieron. Vi a la jauría cernirse sobre mi pobre compañero enciclopedista, que lloraba. Ni siquiera pude agarrarle de la mano para darle ánimos, todo él era para ellas. Todo él ya se perdía en la bruma.

Cuando salimos, me dijo que quería mirarse en un espejo, así que entramos en una tasca, pedimos las bebidas y nos metimos al baño. Entre las manchas de la plata oxidada, se miró a los ojos durante al menos diez minutos, al transcurso de los cuales solo pronunció: seres innombrables, querido Rodolfo, y me miró a través del espejo, y vi sus ojos blues, y sonaba un blues. Nos besamos lentamente. Cuando salimos, el hielo de las bebidas se había consumido.

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