17 mar 2011

RECOGIDO DE UN DIARIO PALENTINO

Esa última hora del largo día de un estudiante bachiller cualquiera, sirve para despejar la vista de una pizarra invadida por múltiples trazos que comparten intención, que no plano, lo que hace dudar de su verdad a los que por mejores motivos faltaron en las horas que preceden. Él es de los que no se incluye en esa muestra, y reconoce los borrones propios de las declinaciones de la hora de griego, que se entremezclan a trompicones con los débiles apuntes de la desamortización; estos se niegan como luchadores incansables a desaparecer del encerado. La hora dedicada a religión, última del día quizá por necesidades del horario del profesorado, o vaya usted a saber, deja la clase semivacía, lo que permite a nuestro protagonista (aquí llamado Juan) a reducir las artimañas para llamar la atención de una chica a la que conoce por su nuca, y acaso por algún rastro del perfume que imagina cuando consigue cruzarse con ella, pues es nueva y sólo lleva un par de semanas en la clase.

Ahora tendrá la posibilidad de hablarla, hasta pueda hacerla reír! –piensa. Es la hora de religión y las dos filas de mesas que los separan se quedan vacías, la alternativa de ética es un reclamo que satisface las motivaciones de la mayoría. Es el momento de acercarse y una súbita elocuencia le hacen levantar la mano primero y el resto de cuerpo al instante, para solicitar un movimiento en busca de la primera fila, pues le cuesta seguir la vocecita de la recién ordenada monja encargada de impartir la clase. Ésta se complace con la petición y pide a todos que lo hagan, resultando de la colocación que nuestro querido Juan acaba por compartir mesa y lo mejor de todo, libro! con la chica nueva. Se llama Rita, Rita Camillieri, su apellido es italiano, pero con un acento marcadamente catalán le da las gracias por su cortes acercamiento del libro y se presentan, le comenta por lo bajo que acaba de llegar a la ciudad. La clase continúa ahora en perfecta armonía, siente Juan, él ha conseguido su propósito y el resultado de los cambios hace que dos de sus compañeros más cercanos, con los que comparte entrenamientos de fútbol, se sitúen a su izquierda, codo con codo. A esto sumamos que la profesora, entendiendo la treta de Juan como un acercamiento por interés a la materia, se desvive implicada en cuerpo y alma a las explicaciones incoherentes de la unidad trina.

El marco perfecto, Juan es ahora otro, transportado en una nube de cosquilleos se fija en su boca, en los finos dedos que manejan el lápiz…sus lunares. De vez en cuando comparte risas con sus amigos, que cuchichean sobre alguno de los entrenadores o mandamases de su equipo, de los que hacen mofa por la fama de los rumores o sus maneras. Van transcurriendo los minutos, le parece un fin de día en el instituto inmejorable, pero ya dentro de la última media hora de clase siente la vibración del móvil en su bolsillo, intuye que sea su madre; que compre pan. Y así, en ese estado de embriaguez mental provocado por la sola presencia de Rita a su lado, por sus pequeños intercambios de miradas, por el momento en que arrancó una leve sonrisa de su bello rostro, así, lentamente dirige su mano al bolsillo trasero del pantalón y saca el teléfono. Si, tiene un mensaje, pero no de su made, ni de nadie que imagine en ese momento, el número le suena pero ha de leerlo si quiere saber de quien es. Tras hacerlo, una ola fría y vergonzosa recorre su espalda, lo que a medida que pasan los segundos se convierte, poco a poco, en una impotencia desmedida reflejada en su imagen.

La duda inicial contemplaba una broma pero ahora tras un par de lecturas completas no da crédito. Como ausente, pasa el teléfono a José, su compañero inmediato, que intuye al contemplar su cara que se trata de algo serio y rápido inclina la cabeza buscando en la pantalla el motivo de la palidez de Juan. José conoce bien el número del remitente porque ha recibido alguna llamada en las ultimas semanas, y es incapaz de contener un sonoro -Ostia! cuando acaba de leerlo. En ese momento las doce o trece personas que están en clase desplazan la vista hacia ellos, se monta un pequeño revuelo con la profesora que indignada con la blasfemia solicita vehemente el teléfono que José esconde entre las piernas. Todo sucede en pocos segundos, no ha pasado un minuto desde que Juan abriese el sms y ya es la monja la que custodia el aparato, mientras, el contenido pasa de boca en boca a los compañeros que entre asombrados, incrédulos y chistosos devuelven la conciencia de donde está a Juan, que se había quedado como petrificado, ni siquiera haciendo caso a la escrutadora mirada de Rita, que lo contemplaba atónita sin saber que pasaba, pues se sentaba al lado de la pared y nada había llegado a sus oídos del rápido rumor, extendido a otras clases en no tanto tiempo.

Pero centrémonos en los intentos de la monja en atinar con la lectura del mensaje, algún alumno hubo de ayudarla, en medio del caos generado en clase, a leerlo por completo y acto seguido a sentarse en la silla con un semblante entre avergonzado y molesto. Fue difícil devolver la normalidad al aula, si es que eso pasó, de repente Juan se levantó y fue directo a la profesora para pedirle el teléfono, con el ya en la mano salió de clase y fue directo al baño. Se mantuvo allí quieto hasta que después de sonar el timbre de salida apareciera avisado quizá por José, quizá por Rita, quizá por la profesora o cualquier otro, el director, que sin miramientos cogió el teléfono y dio con el sms a la primera, leyó así en voz alta; Como estas Juan? Tu me la chuparías por 30 o 40 euros? Te espero en el Hostal Praga de 19:30 a 20:00, después del entrenamiento.


-